Por: Gloria Farrán
Psicóloga y Master en PNL
Imagínate que estás en un país donde no hablas el idioma de sus habitantes y las nuevas tecnologías no funcionan. Intentas comunicarte por gestos, aunque sin éxito. La gente se desespera por no entenderte y se marcha.
En ese sitio en el que estás, a la vez que sientes miedo, tristeza o rabia, no tienes a nadie con quien compartirlo. Tal vez, notes en el cuerpo una sensación que te paraliza o tal vez no… Quizás sólo sea una opresión o un dolor intenso en algún punto del cuerpo. No importa. Por más que buscas las palabras y los gestos estás sólo y no sabes cómo expresar eso que te está pasando ni tampoco como buscar ayuda.
¿Os imagináis por un momento como sería vivir así?
Pues eso es lo que les ocurre a muchos niños, que vienen a mi consulta. Sienten rabia y/o miedo y/o tristeza y no saben cómo expresarlo. O bien lo hacen de una forma inadecuada mediante conductas disruptivas más o menos complejas dependiendo de la edad como: rabietas, llantos, gritos, golpes contra la pared o el lanzamiento de algún objeto.
Los adultos, a menudo se desesperan ante estas conductas por no saber ayudarlos. En ocasiones, se ven sobrepasados por la situación y terminan perdiendo los nervios.
O simplemente, le quitan importancia a las conductas, esperando que con los años, la providencie, el azar o alguna intervención divina ese niño corrija ese tipo de conductas inadecuadas; aunque por mi experiencia eso nunca es así.
Entonces, delante de estas situaciones como padre, educador… ¿Qué puedo hacer?
1- Evita razonamientos lógicos con el niño y preguntarle un porque a esa conducta, el menor casi nunca lo sabe.
2- No busques culpables: Es una cuestión de responsabilidad no de culpabilidad; así que evita comentarios del tipo: «¿Por qué me haces esto a mi?» o «¿Qué más quieres de mi si te lo doy todo?»
3- Céntrate en decirle que quieres que haga, en lugar de lo que no quieres que haga (ejemplo: «Tranquilízate» en lugar de «No te pongas nervioso/a»)
4- Ayúdale a identificar y gestionar la emoción: «Veo que ahora estás muy enfadado. Ves a tu cuarto. Cálmate y luego hablamos».
5- Enséñale a pensar otras posibilidades de respuesta más adecuadas.
6- Enséñale a darse cuenta de las consecuencias de sus actos.
7- Marca unas normas claras, específicas y en positivo sobre cuáles van a ser las reglas en casa, en el colegio y cuáles van a ser las consecuencias si esas normas no se cumplen.
8- Es importante recordar que los adultos, que forman parte de la vida del menor, juegan en el mismo equipo y por lo tanto tienen que ir a la par; es decir, que no pueden contradecir delante del menor una orden que le haya dado otra persona. Si no están de acuerdo, luego en privado, sin que el menor este en la misma estancia, hablaran de que es lo que motivó tomar esa decisión. (Ejemplo: El padre lo castiga y la madre le levanta el castigo…)
9- Es fundamental reforzar positivamente los comportamientos adecuados del menor, sobre todo aquellos que el niño o el adolescente hace por propia iniciativa (ejemplo: Estamos muy contentos porque hoy recogiste la habitación…). Los elogios y felicitaciones, hacen que una conducta adecuada se vuelva a repetir con mayor frecuencia.
10- Es bueno mantener una buena comunicación con el menor y para eso es fundamental escucharlo: Si en ese momento está ocupado o tiene prisa, díselo aunque luego recuerda preguntarle qué quería decirte.
Estos son sólo alguno de los puntos que veremos en el próximo curso de Inteligencia Emocional para padres y educadores. Un paso más para ayudar a los niños y adolescentes a identificar y gestionar sus emociones.