Por: Gloria Farrán
Máster en PNL
«Antes de empezar, me gustaría que te imaginaras que vas en un coche, un Cadillac, un Mercedes o un deportivo o una Harley a 200 Km/hora por una recta de una carretera en medio de la nada. Corres y corres, sin hacer caso a las señales de tráfico. Quizá piensas que a esas horas nadie conduce, quizá que los accidentes les ocurre a los demás, pero que a ti no… Da igual».
Ves las imágenes de los objetos pasando a gran velocidad por tu lado, los colores se difuminan y casi no los percibes. Oyes el sonido del viento, acariciándote la cara y quizá te sientes libre o maravillosamente bien. De repente, el volante y el freno se bloquean. A lo lejos, ves que la carretera está cortada y al fondo hay un enorme precipicio. ¿Qué harías? ¿Harías lo posible por parar, no?
Ahora imagina que ese maravilloso coche o moto, al que adoras y del que presumes o incluso con el que te enfadas cuando no funciona bien es tu hijo o tu alumno. Que las señales a las que no prestaste atención quizá fueran una bajada del rendimiento académico, reacciones exageradas ante una determinada situación, cambios de humor, incremento del número de rabietas (en caso de niños pequeños), o cuando algún profesional te dijo que algo no marchaba bien.
Y el accidente o la caída por el precipicio podría ser cuando los síntomas se han hecho tan evidentes que es imposible no verlos porque han ido en aumento. En este punto, al igual como en el caso del accidente no sirve de nada buscar culpables ni preguntarse cómo se ha llegado a este punto. Lo más importante es solucionarlo.
En este punto, permíteme contarte un caso.
Alex tenía 12, cuando llegó a mi consulta. Los padres estaban muy preocupados porque en el colegio sacaba malas notas y ya había tenido más de un parte de incidencias. La tutora les había dicho que si su rendimiento académico y su comportamiento no mejoraba, el año que viene tendría que repetir curso. Su hermana mayor, María, era una chica y una estudiante modelo con quién a menudo tanto sus padres como sus profesores comparaban. El padre de ellos viajaba a menudo por trabajo, así que quien se encargaba de la educación de los hijos básicamente era la madre. Su madre se lamentaba de que estaba totalmente desbordada en casa.
Empecé a trabajar con Alex y el chico mejoró. Una vez la sintomatología que presentaba se fue reduciendo, empecé a trabajar con la madre algunas pautas para mejorar la dinámica familiar, aunque en esta ocasión la madre «no quiso» y prefirió prescindir de mis servicios. Aún recuerdo el ultimo día, yo despidiéndome por la puerta y el niño protestando porque no quería que me fuera. Antes de salir, el chico me dijo, tranquila ya volverás porque si no es contigo no trabajare con nadie. El paso del tiempo hizo que les perdiera la pista.
Aquí permíteme hacer un pequeño paréntesis y volver al ejemplo del coche. Cuando un coche no funciona del todo bien, a veces es suficiente hacer un pequeño reajuste, aunque en otras no es suficiente y se hace necesario cambiar una pieza o todo un sistema (sistema electrónico, el motor…) Incluso a veces para sacar el mayor rendimiento de 1 coche es recomendable apuntarse a un curso donde te enseñan a conducir en condiciones adversas (como niebla, nieve, hielo…), hacer esos cursos no significa que no sepas conducir sino que quieres sacar lo mejor de él.
Cuando se trabaja con menores, al igual, que con los coches, la intervención con el chico/a únicamente no es suficiente y se requiere una intervención con los padres para que los cambios realizados perduren. Esta intervención, puede variar desde sólo unas pautas de actuación en situaciones determinadas a una terapia familiar, en función del caso. Esto no significa que los padres no sepan ser padres sino que quieren lo mejor para tu hijo.
Bueno volviendo al caso de antes, 5 años más tarde, la madre volvió a contactar conmigo. Estaba muy preocupada porque Alex no le hacía caso. Los gritos y las peleas en casa habían ido en aumento, e incluso en alguna ocasión Alex había terminado por dar un puñetazo en la pared o en una puerta; o incluso había lanzado algún objeto contra el suelo. La madre estaba asustada.
El año anterior había repetido en el colegio y seguía sin hacer nada. Me contó su peregrinaje por varios colegios y por varios profesionales y con la única con quién había conectado era conmigo. Me pidió si podían venir a verme a la consulta. Alex en esos 5 años, había cambiado mucho. Aún se acordaba de mí. Aceptó trabajar conmigo. Después de varios meses, conseguimos reconducir la situación y que encontrara algo que le motivara. Lo más importante que se diera cuenta en qué todos somos buenos en algo, sólo hace falta descubrir en qué.
Se apuntó a un PQPI de cocina y se sacó la ESO en una escuela de Adultos. Este año ha terminado el Ciclo Formativo de Cocina de Grado Medio y me decía que estaba pensando seguir estudiando.
¡Presta atención a las señales!
Gloria Farrán
Psicóloga y Máster en PNL
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